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La luz de Yara

Autor(es):
Luis Victoriano Betancourt.
Artículo, quizá el primero, donde se vincula el suplicio de Hatuey con el inicio de la guerra de independencia.

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Era una noche ardiente y sombría. El ave negra de la conquista comenzaba a obscurecer con sus alas fatídicas el cielo hermoso de Cuba. La tierra de América, antes virgen y pura, hollada ahora por extranjera planta, se empapaba con la sangre vertida por el tirano invasor; las aguas discurrían tristes y quejumbrosas, hinchando su corriente con las lágrimas del nuevo esclavo; y las brisas de los trópicos huían consternadas a esconder su dolor en las más remotas selvas del mundo americano.
 
Era la gonía de la libertad. Una inmensa hoguera se alzaba, terrible y amenazadora, en medio de la llanura anchísima de Yara. Cien monstruos infernales danzaban frenéticamente en torno suyo, y un joven indio, de pie junto a ella, esperaba, firme y sereno, la señal del sacrificio, y oía atento las palabras de consuelo y resignación que en su alma destilaba un anciano sacerdote, el cual lo impulsaba a la conversión cristiana, ofreciéndolo, en recompensa, la vida eterna en el cielo.
 
-¿Es muy hermoso el cielo?- preguntaba el indio con ingenua candidez.
 
-Muy hermoso, el anciano contestaba; muy hermoso, puesto que allí está Dios.
 
-Y los españoles ¿van también al cielo?- volvía el indio a preguntar.
 
-Sí, respndía el anciano: los que son buenos.
 
-Pues entonces, interrumpía el indio, yo no quiero ir al cielo, porque ni en el cielo quiero vivir con ellos.
 
Aquellos monstruos eran los conquistadores; aquel anciano era Fray Bartolomé de las Casas(1), y aquel indio era Hatuey.
 
II
 
Apareció, al fin, la senal del sacrificio. Hatuey se arrojó intrépido a las llamas devoradoras; los españoles lanzaron aullidos feroces de alegría, y Bartolomé de la Casas cayó de rodillas, elevando al cielo una oración fúnebre, mientras el Ángel de la Libertad recogía en sus alas el último suspiro del primer mártir de la independencia de Cuba.
 
Desde entonces, una luz tenue y misteriosa, desprendida de la inmensa hoguera, vagó errante por las noches sobre aquellas llanuras, velando el sueño de los que aún dormían en servidumbre, y esperando la hora de la iluminación eterna y de la eterna venganza.
 
Aquella luz era el alma de Hatuey. Era la luz de Yara.
 
III
 
Tres siglos pasaron. Una noche la luz errante se detuvo sobre el mismo sitio en que se había alzado la hoguera de Hatuey. Y en aquel momento, las palmas de Cuba, esos espectros silenciosos de los indios, sacudieron violentamente sus fastánticos plumeros. Y el éter se iluminó con una claridad pura y brillante. Y la tierra se estremeció hasta en sus más internas profundidades. Y la luz tenue y misteriosa, agitada por embravecido huracán, convirtióse en gigantesca llama, y se extendió por todos los vientos con rapidez vertiginosa, inflamando todos los corazónes, purificando todas las almas y santificando todas las libertades.
 
Era la luz de Yara que iba a cumplir su venganza.              
 
Era la tumba de Hatuey, que se convertía en cuna de la independencia.
 
Era el Diez de Octubre.
 
(De La Estrella Solitaria, Camagüey, octubre 10 de 1875. Colección del Dr. Francisco de Paula Coronado) 

Nota:
 
1.-Esto es un error histórico. El padre Las Casas no estaba allí; él es quien describe el suplicio de Hatuey en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, señalando que "[...] decíale un religioso de Sant Francisco, sancto varón que allí estaba [...]". Las Casas era dominico y algunas fuentes señalan a Juan de Tesín como el sacerdote en cuestión.  

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Tomado de: https://yucayo.com/la-luz-de-yara/
Publicado: miércoles 21 de abril del 2021.
Última modificación: miércoles 21 de abril del 2021.